Después de Magallanes, aparecieron en Chile los conquistadores españoles que procuraron reencontrar el paso entre el Pacífico y el Mar Etíope, además de prestar auxilio a las nuevas poblaciones que se fundaban al sur del Virreinato del Perú. Tanto Diego de Almagro, el descubridor de Chile, como su Conquistador Don Pedro de Valdivia organizaron exploraciones que dieron como resultado el descubrimiento de la Isla de Juan Fernández y la tríada denominada las Islas Araucanas, compuesta por las islas Quiriquina, frente a Concepción, Santa María, en el Golfo de Arauco y la Mocha frente a Lebu, todas muy estratégicas por contener agua o poblaciones indígenas con cultivos de la tierra, agregando peces, mariscos y algas que permitían un aprovisionamiento asegurado de víveres por esos sitios.
Isla Santa María, según ilustración del Padre Ovalle, Fuente: Biblioteca Nacional.
Vista de la Isla Santa María, Tarjeta postal del siglo XIX, Museo de Historia Natural de Concepción
Es posible que el alimento costero más antiguo conocido en Chile haya sido el Cochayuyo (Durvillaea antarctica), especie de alga marina parda comestible que puebla los roqueríos marinos de Chile, Atlántico sur y Nueva Zelandia. Lo comían los canoeros de Chiloé hacia el sur y la primera vez que es citado entre los viajeros y exploradores de la Conquista de Chile, es por la experiencia de Francisco de Ulloa, que por orden de Pedro de Valdivia emprendió la loca empresa de explorar los mares hacia el sur de, en aquél entonces, la Terrae Incognita o Fin del Mundo, en la busca de especias y la puerta hacia el Océano Etíope (hoy Atlántico) que años antes descubriera Hernando de Magallanes en su brevísimo paso por Chile.
Se lanzó Francisco de Ulloa al mar desde Valdivia a fines octubre de 1553 en dos naos de 50 toneles cada una. Eso de Nao, era cualquier cosa que tuviera apariencia de carabela, de velamen latino ya que las velas cuadradas hacían necesarias mayores maniobras y los hombres de mar eran muy escasos. Bien adentrado en los mares sureños exploró la innumerable fragmentación de islas y canales, anotando cuanto accidente geográfico iba entregando la naturaleza y la condición climática de lluvias y rachas de vientos dispuestos a hundir cualquier cosa a flote. Describió en voz de Cortéz Ojea, su piloto, el encuentro de “grandes canoas (dalcas) que llevan fuegos dentro”, eran indios que habitaban las Islas de Guayaneco. Así supieron de nuestro guiso popular: “Comen unas yerbazas que se crían en las reventazones de la mar sobre las piedras, con muchos rabos como culebras, y no querrán ni sabrán comer biscochos y trigo cocido”.
Dalca Kaweshkar, 1895
Hay una observación válida y que explica el motivo por el que nuestros conquistadores añoraron la comida europea, además de la maldición de Moctezuma siempre presente por una preparación descuidada, el cochayuyo tiene propiedades que favorecen una rápida, activa y hasta explosiva digestión.
Volviendo a Ulloa, en su navegar, siempre épico, surfeando con vientos opuestos, y haciendo “camino por la fantasía”, es decir a ciegas, la dureza del clima por fin le decidió a regresar antes que la temporada se hiciera imposible, y sin poder reencontrar la entrada al Estrecho de Magallanes llegó a Valdivia para conocer que su mentor había muerto en Tucapel a manos de los araucanos, sin dejar rastro del Capitán General ni resto del cual hacer sepultura y despedida.
Histoires de la navigations de Jean Hugues de Linschot ... [manuscrito] / avec annottations de B. Laludanus. 3eme. ed. augm. 1689. Biblioteca Nacional.
Tiempo después Don García Hurtado de Mendoza, a la sazón Gobernador de Chile, encargó lo mismo a Juan Ladrillero, perito en el arte de marear, extraordinario navegante olvidado por la historia, que a una avanzada edad aceptó el encargo que le hacía la corona en el nombre de Felipe II. Esa fue la sacrificada Expedición de Ladrillero que tampoco logró el objetivo completo, pero que produjo la más detallada descripción de esos mares del sur de Chile, tanto en geografía, recursos naturales, como en sus gentes, lo que permaneció como información secreta durante largo tiempo, todo ello por el valor político, comercial y militar del redescubrimiento del estrecho, cosa que la corona española no cedió a sus rivales europeos ya que las cartas de navegación eran consideradas como valiosos secretos de estado.
Don García Hurtado de Mendoza, Chile Collector, 584, Fundación de Osorno, 1958.
Expedición de Juan Ladrillero, Chile Collector, 606 y 607, 1959.
Entre aquellos que pudieron tener acceso a la información producida por Juan Ladrillero, está el jesuita José de Acosta que en un comentario expresa:“y así le halló y pasó el capitán Ladrillero, cuya relación notable yo leí, aunque dice no haberse atrevido a desembocar el Estrecho, sino que habiendo ya reconocido la mar del Norte, dio la vuelta por el aspereza del tiempo, que era ya entrado el invierno y venían, según dice, las olas del Norte furiosas, y las mares hechas todas espuma de bravas.”
José de Acosta, Correos de España, Edifil 1792, 1967.
Ocupación del Estrecho de Magallanes, Chile Collector, 324, 1944.
A alguien se le ocurrió la idea, en aquellos tiempos esas ideas eran posibles, que una isla arrastrada por la furia del mar y los vientos había tapado la entrada del estrecho y así lo reconoce el mismísimo vate don Alonso de Ercilla:
Por falta de piloto, o encubierta
causa, quizá importante y no sabida
esta secreta senda descubierta
quedó para nosotros escondida:
ora sea yerro de la altura cierta
ora que alguna isleta removida
del tempestuoso mar y viento airado
encallando en la boca la ha cerrado.
IV Centenario de la Araucana, Alonso de Ercilla, 1972.